A Ángela Puntes, los buitres de la Comarca del Matarraña le impactaron de tal manera que se convirtieron en fuente de inspiración para El muladar, la nueva novela que ha escrito a cuatro manos con José Ignacio Villacampa. Hace unos días, acudió al Observatorio Mas de Bunyol para conocer a José Ramón Moragrega “Buitreman” y ser testigo de la relación tan especial que tiene con estas aves.
Una cita a ras de tierra
Las tierras duras siempre han dado hombres fuertes. Y si a esa fortaleza adquirida le sumas la pasión, ahí lo tienes: un ser especial, alguien tan aparentemente leve como extraordinario, capaz de atraerte con pocas palabras tal y como lo haría la turbina de un barco.
Desde hace más de treinta años José Ramón, un beceitino de bien, tiene cada mañana una cita ineludible. Como si de un rito transcendental se tratase, o como si un amor incondicional se elevase a modo de súplica hasta el infinito cielo, entre los recovecos de las escarpadas cuevas.
José Ramón fue supuestamente rebautizado por el National Geographic como Buitreman. No sé si fueron ellos, pero no creo que pueda ya prescindir de ese apodo en público. Todo hombre de campo que se precie tiene un apodo, heredado de su familia y casi siempre elegido por sus pares lugareños.
Hoy lo tengo enfrente de mí, oculto tras una de esas dichosas e imprescindibles mascarillas y me pierdo la expresión de su rostro, y un cálido apretón de manos. Por eso me engancho a sus ojos claros, y al desconocido tono de su voz con mucha más intensidad.
La voz que nos da la bienvenida es franca, alegre, a pesar de los años y de este momento de pandemia, a pesar de todos los pesares que puedan – o no – habitar en él. Es un hombre enjuto como un junco, que gesticula y se mueve con la misma ligereza, la que luego utilizará para acarrear los kilos de carne entre las rapaces.
Una vida intensa
18 años navegando su juventud por más de 70 países y más de 30 alimentando a la fauna, a los buitres, presenciando sus casi perfectos aterrizajes sobre la carne de los conejos, esa que les ofrece raudo y en silencio, con su rojo carretillo, aceptando con orgullo los picotazos involuntarios de sus admiradas aves de carroña. “No me atacan” dice rotundo y yo le creo.
Lo ves, lo escuchas (captas sus quejidos cuando duele), y entonces entiendes el hondo respeto que José Ramón siente por ese buitre leonado. Los admira. ¿Cómo, si no, meterte en un sueño tan extraño y anacrónico y compartirlo con aves carroñeras?
No es un sueño glamuroso, ni tan siquiera dulce, no, pero es una historia tremendamente atrayente, absolutamente humana.
Me admira que un hombre y su mujer entreguen cada día de su vida a citarse ineludiblemente con los buitres.
“Solo si hay tormenta,” dice cuando le preguntan si alguna vez deja de acudir a su cita. “Les pondría en peligro por los rayos”.
La tierra de nuestra infancia tira, y Beceite tiró de José Ramón y ganó. Pese a conocer otros lugares interesantes, lo tuvo claro. Navegó en tierra firme hacia un sueño imposible y lo hizo después de leer un libro en altamar, sobre el concepto en que se les tiene a los buitres en las distintas culturas.
Y es por eso, porque un día José Ramón se atrevió a vivir este sueño, que hoy puedo ver aquí, desde su casa, este grandioso espectáculo de la naturaleza.
Y de nuevo siento vértigo y admiración por esos buitres, que también fueron para mí, involuntarios inspiradores de nuestra última novela, cuando aquel día de hace un año me detuve ante una manada de buitres a la altura de Medina de Aragón. Con aquel miedo infundado y mi respeto por esas aves escribí el primer capítulo de la novela, una historia que deseo esté a la altura de los lectores que quieran adentrarse con nosotros por los cielos del Matarraña. ¡Qué hermosura a través del objetivo!
La niña de sus ojos
De repente, una hermosa niña pequeña llega de la nada y agarra por las piernas a Buitreman, se sienta en silencio y sin dejar de sonreír mira hacia su abuelo y le escucha, con una atención tan delicadamente profunda que me sorprende casi más que nuestro encuentro con los buitres. “Esta niña va a ser alguien especial” le digo a José Ramón antes de despedirnos. Y se lo digo porque realmente lo creo; no me cabe duda que será una digna sucesora de los principios de su abuelo.
No, José Ramón no es uno de nuestros personajes, pero de haberlo conocido antes, quien sabe… o puede que sí sea un poco tal vez, de todos ellos. Juzguen ustedes…